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Digamoslo pronto: el nuevo Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, es un apparatchik, cuyo único mérito político es haber servido, se supone que fielmente, a su señora Esperanza Aguirre.
Así funciona la vida política nacional: la mejor habilidad para prosperar es llevarse bien con los jefes de su partido. No importan las ideas, ni la capacidad de comunicación, ni el potencial de liderazgo, ni la preparación académica.
De lo que se trata es de llevarse bien con los secretarios de organización de los sucesivos niveles: municipal, autonómico, nacional; de forma que en el menor tiempo posible se consiga un puesto seguro en el aparato y/o en las listas electorales.
El rechazo del aparato
Dada esa estructura, resulta inevitable que cuando personas valiosas tratan de acercarse a la política, con la mejor intención de servir a su país, suelen ser rechazadas por el aparato. ¿Ejemplos? de todos los colores: desde Manuel Pizarro al ex presidente del Barcelona.
El resultado está a la vista de quien quiera mirarlo: pobreza en el liderazgo nacional (al cabo, tanto Mariano Rajoy como Alfredo Pérez Rubalcaba deben sus posiciones al dedazo de quien les precedió en la presidencia de sus respectivos partidos) y falta de ideas en el debate público, donde los insultos y la aritmética parlamentaria priman sobre los argumentos.
Hace muchos años, en vísperas de su llegada al poder, Rodrigo Rato me invitó a comer para contarme su plan: en España, el jefe de un partido mantiene la disciplina nombrando a gente que en la vida civil nunca alcanzarían la relevancia social, ni los ingresos económicos, que proporciona, por ejemplo, un acta de diputado.
¿Dónde van a estar mejor?
Hasta ahora –Rato dixit– en la derecha ha habido diputados que se sentaban en el Congreso con noble afán de servicio, renunciando a mejores ingresos económicos o a un prometedor desarrollo profesional…
El problema de esos diputados era la indisciplina: solo votaban lo que ordenaba el dedo del portavoz parlamentario si la propuesta le parecía oportuna.
Y Rato concluyó: debemos rebajar el perfil de los diputados de la derecha e igualarlos a los del PSOE, que votan sin rechistar lo que les dicen porque ¿dónde van a estar mejor?.
Y así lo hicieron, así nos vemos… Y así se ve, porque si Aznar no hubiera decidido en solitario el nombre de su sustituto, a lo mejor Rato no estaría hoy en la cuneta, o Esperanza Aguirre no habría dimitido.
Así funciona la vida política nacional: la mejor habilidad para prosperar es llevarse bien con los jefes de su partido. No importan las ideas, ni la capacidad de comunicación, ni el potencial de liderazgo, ni la preparación académica.
De lo que se trata es de llevarse bien con los secretarios de organización de los sucesivos niveles: municipal, autonómico, nacional; de forma que en el menor tiempo posible se consiga un puesto seguro en el aparato y/o en las listas electorales.
El rechazo del aparato
Dada esa estructura, resulta inevitable que cuando personas valiosas tratan de acercarse a la política, con la mejor intención de servir a su país, suelen ser rechazadas por el aparato. ¿Ejemplos? de todos los colores: desde Manuel Pizarro al ex presidente del Barcelona.
El resultado está a la vista de quien quiera mirarlo: pobreza en el liderazgo nacional (al cabo, tanto Mariano Rajoy como Alfredo Pérez Rubalcaba deben sus posiciones al dedazo de quien les precedió en la presidencia de sus respectivos partidos) y falta de ideas en el debate público, donde los insultos y la aritmética parlamentaria priman sobre los argumentos.
Hace muchos años, en vísperas de su llegada al poder, Rodrigo Rato me invitó a comer para contarme su plan: en España, el jefe de un partido mantiene la disciplina nombrando a gente que en la vida civil nunca alcanzarían la relevancia social, ni los ingresos económicos, que proporciona, por ejemplo, un acta de diputado.
¿Dónde van a estar mejor?
Hasta ahora –Rato dixit– en la derecha ha habido diputados que se sentaban en el Congreso con noble afán de servicio, renunciando a mejores ingresos económicos o a un prometedor desarrollo profesional…
El problema de esos diputados era la indisciplina: solo votaban lo que ordenaba el dedo del portavoz parlamentario si la propuesta le parecía oportuna.
Y Rato concluyó: debemos rebajar el perfil de los diputados de la derecha e igualarlos a los del PSOE, que votan sin rechistar lo que les dicen porque ¿dónde van a estar mejor?.
Y así lo hicieron, así nos vemos… Y así se ve, porque si Aznar no hubiera decidido en solitario el nombre de su sustituto, a lo mejor Rato no estaría hoy en la cuneta, o Esperanza Aguirre no habría dimitido.
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Ignacio González, el triunfo del apparatchik
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Publicado por VRedondoF para CPC el 9/21/2012 05:30:00 a.m.