«Quiero que me estudies qué hay que hacer y cómo se hace en el supuesto en que decida irme». Con este encargo del rey al jefe de su Casa, Rafael Spottorno, empezó el último capítulo de una historia que había comenzado mucho tiempo antes y que se había ido haciendo sitio durante meses en el ánimo de Juan Carlos I.
«El rey ha manejado muchas veces antes de ahora la posibilidad de abdicar», dice una persona que conoce bien al monarca y que mantiene con él una relación que va más allá de la obligada por su cargo institucional.
«Esto ha sido como los ojos del Guadiana, pero él ha estado considerando la posibilidad de abdicar la Corona desde antes de cumplir los 75 años. En todo este tiempo, ha tenido momentos de decir "me debo ir", pero luego se le subía un poco el ánimo y dejaba de pensarlo». «Ya el año pasado tonteó un tiempo con el asunto», confirma uno de sus más cercanos colaboradores.
Ese tiempo coincide con los últimos episodios de operación de caderas y todas sus complicaciones sobrevenidas, que le han causado un gran sufrimiento físico. «Antes de la última operación de cadera verdaderamente sufrió mucho». Y por eso la idea de abdicar toma cuerpo definitivamente en el otoño, cuando convalece de las operaciones y tiene que hacer unas rehabilitaciones durísimas.
Situación crítica
Sucede que en esos momentos la situación por la que atraviesa España es muy difícil, llega a ser crítica y no aconseja de ninguna manera abrir en la cúpula del Estado una etapa de incertidumbre que se añadiera a las incertidumbres que ya se cernían sobre el país. «Entonces está ya en auge el problema catalán y la crisis económica no ha mostrado todavía signos de recuperación». El rey se ve forzado, además, a considerar su retirada cuando ve como otros monarcas europeos le pasan el testigo a sus herederos. «Lo que pasa es que él siempre dijo: 'Cuando me vaya tiene que ser estando bien, estando arriba'».
Por eso, desde primeros de enero se empieza a hablar en serio del asunto. Pero, aunque sorprenda a casi todos, el desastre en que se convirtió su discurso durante la Pascua Militar[6 de enero] no influyó en su ánimo para tomar una de las decisiones más trascendentales de su vida. La razón es que su titubeante lectura del discurso no se debió a su pésimo estado de salud física y mental, como pensaron todos los españoles, sino a otras razones que sus próximos se niegan a desvelar pero que probablemente tuvo que ver con un exceso de medicación, o con la ingesta de un fármaco inadecuado que produjo en él los efectos que se vieron.
«Tampoco el caso Nóos ha influido en su decisión, no le ha empujado. Él ha aguantado el tirón hasta ahora y hubiera aguantado después lo que hubiera de venir, aunque es muy consciente del daño que ese asunto ha hecho al prestigio de la monarquía», dice alguien que le conoce bien.
«Desde primeros de enero se viene hablando en serio del asunto, pero ésta no ha sido una decisión rumiada en solitario y comunicada después» a Rafael Spottorno. En absoluto. En ese difícil y dramático proceso de decisión el rey ha consultado con un puñado de personas cercanas a las que ha preguntado y con las que ha abordado el asunto con la seguridad de que ninguno de ellos traicionaría su confianza, como así ha sido.
«Él ve, sobre todo, que su hijo está en el mejor momento y no quiere verlo como Carlos de Inglaterra, que en noviembre cumple nada menos que 66 años».
Esta apreciación es confirmada por otra persona cercana a don Juan Carlos: «El rey no se chupa el dedo, no se lo ha chupado nunca, y él sabe que la credibilidad de esta Casa está muy dañada». Por eso el rey dice a su interlocutor: «La Corona está baqueteada, la política está en sus horas más bajas, y, sin embargo, el príncipe está aquí -y levantaba las manos hacia arriba- Esto hay que hacerlo ya. Créeme, dijo, ha llegado el momento de dar un impulso, porque lo que hagamos nosotros va a contribuir a la renovación de España en muchos aspectos. Si se renueva la cúpula, se renovarán otras cosas después. Si nosotros damos un escopetazo... ayudaremos al país. Lo difícil es encontrar el momento porque, si se te pasa el arroz, no habrá servido para nada».
Efectivamente, que la Corona está «baqueteada», como dice el rey, y que el príncipe se salva totalmente de la quema, lo confirman los sondeos de opinión que se publican por entonces. El 5 de enero de este año 2014, justamente la víspera de la para el rey desdichada jornada de la Pascua Militar, EL MUNDO recoge los datos de una encuesta que dice que, por primera vez en democracia, no llega al 50% el porcentaje que respalda la monarquía como forma de Estado para España. Es más, el 56% de los encuestados tiene una opinión regular, mala o muy mala del reinado de don Juan Carlos. Dos años antes, el porcentaje de quienes opinaban lo mismo era del 17% y antes de 2012 era aún menor. Por si eso fuera poco, el 65% declara tener mala opinión de la infanta Cristina, y nada menos que el 90% cree que la Justicia no la trata igual que a cualquier español. Sin embargo, el 66,4% declara tener una opinión buena o muy buena del príncipe Felipe y el 57% cree que él podrá recuperar el prestigio dañado de la Corona.
Riesgo de filtraciones
Las reflexiones del monarca son de mediados de enero, cuando Rafael Spottorno ya se ha puesto a trabajar en solitario para averiguar cómo se gestiona la abdicación de un rey. Pero sólo puede consultar textos, no puede hablar con ningún constitucionalista, con ningún historiador, porque el asunto es de tal trascendencia que no puede correr el riesgo de que se produzca la menor filtración de la noticia.
No ha habido en España tantas abdicaciones de un rey en el ejercicio de su cargo, lo cual le complicaba las cosas a Spottorno. Isabel II abdicó en su hijo Alfonso XII desde su exilio de París, cuando ya no reinaba. Alfonso XIII tampoco reinaba cuando transmitió los derechos dinásticos a don Juan de Borbón. Amadeo de Saboya, más que abdicar, realmente salió huyendo de aquella España feroz que le fue tan hostil. En definitiva, que la última abdicación fue la de Felipe V, que abdicó en 1724 en su hijo Luis I, pero éste murió de viruela a los seis meses de ocupar el trono y su padre volvió a ser el rey.
Había, pues, que partir de cero. Spottorno elaboró un documento que analizaba los aspectos legales pero también los aspectos prácticos como el estatuto que podría tener don Juan Carlos una vez consumada su abdicación, dónde viviría y el sustento que podría recibir. Porque, por ejemplo, el rey no tiene derecho a la sanidad pública porque nunca ha cotizado a la Seguridad Social.
Así que, ateniéndose en lo fundamental a lo regulado para los presidentes del Gobierno, y habiendo consultado los textos de distintos constitucionalistas -con criterios muy dispares sobre la materia-, el jefe de la Casa entrega al rey el resultado de su trabajo. Estamos ya en el mes de febrero.
Don Juan Carlos lo habla con el príncipe y después encarga a Spottorno que consulte a los anteriores jefes de la Casa del Rey: Alberto Aza y Fernando Almansa. Lo vieron, lo «refinaron» entre todos, le fue enseñado de nuevo al monarca y ahí fue cuando él dijo:
-Bien, lo voy a hacer.
-¿Este año? -preguntó Spottorno.
-Sí, no quiero que mi hijo se marchite esperando como Carlos de Inglaterra. Hay que dejar paso. Yo he cumplido mi misión. Intenté que éste fuera una país libre y democrático y eso se ha conseguido. Ahora el testigo lo tiene que recoger quien está en su mejor momento.
Por delante estaban las elecciones europeas, el problema de Cataluña, las primarias del PSOE que podían poner en entredicho el liderazgo de Rubalcaba, y eso ya constituía una incertidumbre que no convenía a la operación que estaba en marcha.
«Era necesario que los dos grandes partidos estuvieran de acuerdo en esto. No se entendería ni habría sido de recibo que la abdicación se hiciera con los únicos votos del PP. Era imprescindible estar seguros de que la mayoría del Parlamento está de acuerdo».
'Hagámoslo en junio'
Por entonces, recordémoslo, las europeas no se habían celebrado y Rubalcaba por lo tanto no había anunciado su retirada, pero ya las primarias como horizonte inquietaban al rey y a sus colaboradores. Pero es que después del verano venía el 9 de noviembre en Cataluña, con todo lo que eso va a suponer. Y después las elecciones municipales y autonómicas. Y después las generales.
-Hagámoslo en junio -dijo el rey.
Cuando don Juan Carlos habla con el príncipe de que estaba decidido a abdicar ya, el príncipe dijo «a la orden». Pero don Felipe nunca le ha dicho al rey que debería abdicar.
-¿Vuestra Majestad lo tiene claro? -le pregunta Spottorno.
-¿Tiene claro que lo quiere anunciar en junio?
-Pues entonces dígaselo ya al presidente del Gobierno.
-¿Y qué va a decir el presidente? -dijo sorprendentemente el rey.
-El presidente no puede decirle que no lo haga. Lo que sí puede hacer es poner pegas a la fecha.
El día del funeral en memoria de Adolfo Suárez, el rey tenía despacho con Mariano Rajoy. Ese día se lo dijo. El presidente no puso ninguna pega pero sí pidió: «Explíqueme por qué quiere hacerlo en junio».
Don Juan Carlos se lo explicó y Rajoy designó a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría para que trabajara con la Casa en la reparación de la abdicación, y eso fue todo.
Dos o tres días después, el 2 o el 3 de abril, el rey habló con Rubalcaba «que se comportó como el patriota que es».
Rubalcaba preguntó: «¿Cómo se va a hacer?». Se le explicó que esto no se podía hacer contando sólo con el apoyo del partido en el Gobierno por mucha mayoría absoluta que tuviera, y que era imprescindible el voto favorable del principal partido de la oposición. Y Rubalcaba dijo entonces lo que ha repetido estos días en público con motivo de las peticiones de algunos socialistas de celebrar un referéndum sobre monarquía o república: «El PSOE firmó en su día el pacto constitucional que establece que España es una monarquía parlamentaria y nosotros mantendremos ahora el pacto en los mismos términos».
«Con Rubalcaba el rey mantiene unas excelentes relaciones que van más allá de las puramente institucionales. Son relaciones de afecto verdadero», dice uno de los próximos a don Juan Carlos.
Llegaron las europeas con los resultados que se conocen y en La Zarzuela se evalúan los datos. Y, desde luego, se evalúa el anuncio de Rubalcaba de renunciar a la secretaría general del PSOE y convocar un congreso extraordinario. «Claro que la decisión de Rubalcaba influyó, pero únicamente para decidir la fecha del anuncio».
La ventana de opciones se estrechaba notablemente. Se habían barajado tres alternativas para hacer el anuncio: la semana del 26 de mayo, la del 2 de junio o la del 9. «La primera era un poco precipitada. Y la última era arriesgada porque no se quería forzar el calendario del Congreso y del Senado. Además, el día 2 era el único día en que coincidían en Madrid la reina y el Príncipe de Asturias, además de la princesa. El príncipe llegaba ese lunes a las siete de la mañana. Pero la reina, que llegaba el domingo de Copenhague, se marchaba el martes a Nueva York. Realmente disponíamos de siete horas».
Y así se hizo.
Ahora quedan las decisivas cuestiones derivadas del hecho principal: la aprobación por las Cortes Generales de la abdicación del rey, la jura y solemne proclamación de Felipe VI como nuevo rey de España y, además, todo lo derivado de la nueva situación de don Juan Carlos.
Don Felipe decidirá
Y esa no es una cuestión menor. El tratamiento que va a recibir -«espero que no hagamos como en Holanda, donde a la reina Beatriz la llaman ahora princesa»-; el aforamiento del rey cuando deje de serlo, algo que está pendiente de resolverse, o por una ley especial o por su inclusión en la Ley Orgánica del Poder Judicial, que está en fase de tramitación en el Congreso y cuya aprobación tardará aún unos meses; el sustento que va a tener, que es algo que decidirá Felipe VI.
Pero hay algo que al rey le importará mucho más cuanto más tiempo pase sin la Corona: ¿Qué va a hacer con su vida? Don Juan Carlos lleva casi 39 años siendo el jefe del Estado y muchos años más preparándose para serlo. Ahora se queda sin cometido preciso y, lo que agrava aún más el vacío que le amenaza, en la más absoluta soledad.
«El rey está muy solo, él se ha quejado de hecho de su soledad. Es un hombre que en estos momentos despide a la audiencia de los viernes y tiene todo el fin de semana en que está en la soledad más absoluta. Los puentes se le hacen larguísimos. Son muchísimos los días en que come solo en La Zarzuela».
Esta realidad de don Juan Carlos es el resultado de su trayectoria personal durante años, en los que ha tenido numerosas relaciones sentimentales fuera del matrimonio. La última con Corinna Larsson, «esa mujer diabólica» con la que viajó a Botsuana, no a cazar elefantes sino a pasar unos días con ella. Corinna Larsson «desapareció de aquí en abril de 2013 y no ha vuelto a aparecer».
El resultado final de tantas infidelidades es que «con la reina no tiene ninguna relación, salvo la que se ve en los actos institucionales. De todos modos, ella pone más que él en lo poco que se relacionan. Yo creo que ella lo quiere todavía», dice alguien muy cercano a los aspectos más personales del rey.
Ve poco a sus nietas
«Con el príncipe tiene una relación no mala, pero más bien fría. El príncipe se relaciona con su padre muy correctamente, pero desde una cierta distancia». No es de extrañar porque don Felipe tiene una extraordinaria relación con su madre, y es natural que acuse los malos momentos por los que ha pasado la reina a causa de los amores del rey. «Aunque ahora las cosas están mejor y están más unidos», precisa esta fuente. «Pero viviendo tan cerca, los Príncipes de Asturias podrían ser más próximos. Pero no lo son, ve muy poco a sus nietas. También es cierto que el rey nunca ha sido muy cordial con la princesa Letizia. No le gusta». Y eso también tiene necesariamente sus consecuencias.
«Con Cristina, que tenía una relación magnífica, ahora no tiene ninguna. Porque, además, Cristina no acaba de entender cuál es su verdadera situación y sigue pensando que lo que le está pasando es injusto. "¡Me habéis condenado de antemano!", les dice. Al final, tiene una buena relación con Elena. Y punto».
Y para mayor soledad en este momento decisivo de su vida, hay que decir que el rey no tiene ahora ninguna novia. La última relación conocida fue con Corinna, pero eso terminó hace más de un año. Por eso decimos que está solo. «Pero está bien. No está triste, está convencido de que ha hecho lo correcto. Ahora bien, tiene la incertidumbre sobre su vida futura. Cree que esa vida va a cambiar mucho, y yo creo que no va a cambiar tanto si Felipe VI comprende que su padre es un activo extraordinario para los intereses de España».
Al final, asomado al cantil de su futuro, aparece un hombre solo cuya vida depende, por su propia decisión, de lo que sobre él decida su hijo, el rey de España.
Victoria Prego de Oliver y Tolivar es una periodista española. Tiene raíces familiares en la provincia gallega de Orense.
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Reunión de pastores. Hablaba un conocido coplista madrileño a rebufo del acontecimiento histórico que estos días nos ocupa y, relatando las ventajas de las que el heredero de la Corona, rey en capilla, va a disponer para tratar de hincarle el diente a problemas crónicos como el de la corrupción, componía el relato ficción de un cara a cara entre Juan Carlos I y el presidente del Gobierno, pongamos que hablo de Zarzuela, el Rey mirando fijamente aRajoy, Mariano, que os estáis pasando, que esto es una vergüenza, hombre, no puede ser que el partido del Gobierno haya pagado las obras de su sede con dinero negro, y lo de Bárcenas, lo de Bárcenas y sus sobresueldos no tiene un pase… y al instante teatralizaba la respuesta de un Rajoy venido arriba, devolviendo la misma fija mirada, pues peor lo suyo, Señor, ¿qué autoridad tiene vuestra majestad para afear la conducta de nadie en asuntos de dinero? Sin necesidad de ir más lejos, ¿no querrá usted que le recuerde el escándalo de su hija y su marido, o que hablemos de esos últimos viajes precipitados al Golfo Pérsico?, ¿Hemos ido a poner orden en las cuentas, o a recoger los últimos duros? Y claro, remataba el plumífero con media verónica, eso al Príncipe no le va a pasar cuando sea Rey, porque el Príncipe está limpio de polvo y paja…
A la conversación asistía una señora que, reconocida fan de la Institución, debió sentirse obligada a salir al paso, de modo que la doña, con gesto impostado, pidió la palabra, quiero protestar con toda firmeza por las insinuaciones que sobre la conducta del Rey se acaban de hacer en esta sala…! Y la sala se miró perpleja, con esa perplejidad con la que, quienes han seguido de cerca lo acontecido en el entorno de don Juan Carlos desde los tiempos del “intendente” Manolo Prado y Colón de Carvajal, se enfrentan a esos monárquicos enragé dispuestos, como la dama de armiño aludida, a negar la mayor de lo ocurrido y a decir que no, que es todo una patraña, una burda mentira destinada a desprestigiar a la institución, que los críticos confunden interesadamente los magros dineros del Monarca con las propiedades inmuebles de Patrimonio Nacional, y que no es cierto que el Rey abdicado sea un hombre rico, muy rico, con una fortuna imposible de justificar a la luz de la asignación anual de los PGE.
Uno de los ricos de siempre que, con Juan Carlos apenas convertido en Príncipe Incierto deFranco, acudieron a socorrer sus penurias económicas fue don Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López (1903-1993), padre del actual presidente del Santander. Fue Botín II quien regaló un millón de pesetas de la época a un Juan Carlos recién casado con Sofía de Grecia, para que los novios pudieran pagar su viaje de bodas -una vuelta al mundo-, porque el joven Príncipe estaba más tieso que la mojama. En realidad no tenía donde caerse muerto, de modo que don Emilio hizo más: le fue haciendo una cartera de inversiones capaz de soportar con holgura el entonces modesto tren de vida de la pareja. Luego vendrían operaciones tan inauditas como aquel préstamo (100 millones de dólares, 10.000 millones de pesetas al cambio de la época, a devolver en 10 años sin intereses) efectuado por la monarquía saudita, que, con los tipos de interés entonces vigentes, le hubieran podido permitir doblar la suma –ese era precisamente el objeto del regalo- de haber sido bien gestionados, pero que el genio de Manolo Prado medio malgastó, y a continuación llegarían más favores, más negocios, más intermediaciones y más comisiones, en una orgia de dinero cuyo sustrato psicológico hay que buscar en el recuerdo de los años de penuria vividos al lado de su padre, el conde de Barcelona, algo que llevó a Juan Carlos a sublimar la célebre frase que Scarlett O´Hara inmortalizó en Lo que el viento se llevó: “A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre…”
El gran éxito del régimen juancarlista ha consistido en mantener los escándalos encerrados bajo siete llave
De aquellos polvos, estos lodos. La corrupción en cadena que ha terminado por embarrarlo todo. Y la irresponsabilidad culposa de los sucesivos presidentes del Gobierno, que vieron, callaron y consintieron. Aquella frase para la historia de Felipe González, un día en Zarzuela en que, cabreado tras llevar una hora larga haciendo antesala, exclama anteSabino “¡Y dile a Manolo que se conforme con el 2%, porque eso de cobrar 20% es un escándalo!”. La feria de los regalos, las novias, las cacerías. Los negocios varios. Business as usual en una familia rota, donde el Rey no daba los buenos días a la Reina, y donde los hijos crecían en la soledad más absoluta. Todo el que tenía que saber, sabía. Pero todo el mundo callaba, mientras los españoles de a pie seguían llenando las aceras para vitorear a los reyes (a esa “profesional” llamada Sofía) cuando viajaban por provincias. De justicia resulta constatar que las malas prácticas que en estas décadas se han cobijado en Zarzuela han sido excesos gratuitos. Todo lo tenían los Reyes de España: un país rendido a sus pies, un país dispuesto a todo… Y todo lo han tirado por la borda por el pecado de la avaricia, que casi siempre llegó del brazo de las pésimas amistades de las que se rodeó el monarca.
La ley de hierro de la monarquía juancarlista
El gran éxito del régimen juancarlista, o uno de los más notables, ha consistido en mantener los escándalos encerrados bajo siete llaves, lejos de la opinión pública, gracias a ese pacto no escrito con los grandes medios de comunicación que ha funcionado cual ley de hierro desde que don Juan Carlos asumiera el trono y según el cual lo que ocurría en la casa real era, y en parte sigue siendo, asunto tabú del que no había que hablar. La cortina de silencio, con todo, se hubiera rasgado más pronto que tarde de no ser por los efectos anestésicos que el crecimiento experimentado por el país surtió sobre el inconsciente colectivo. Al españolito de a pie no le importaba demasiado que el Rey se estuviera enriqueciendo de manera poco ortodoxa siempre y cuando él y los suyos pudieran participar del creciente bienestar proporcionado por el desarrollo, la sanidad universal, la educación gratuita, el consumo, las vacaciones… Injusto sería no reconocer que durante estas décadas el país ha conocido una modernización radical de sus infraestructuras y un notable aumento del nivel de vida colectivo, además de haberse familiarizado con el ejercicio de la libertad hasta el punto de, por ejemplo, haberse convertido en el más tolerante del mundo mundial en temas de sexo, lo que explica que la sociedad española haya mirado hacia otra parte con los escándalos de faldas, más bien de bragas, del Monarca.
Todo saltó por los aires en día que los españoles se enteraron de que su Rey había tenido que ser rescatado en avión privado del lejano Botswana, donde, con España sumida en una crisis de caballo, su Monarca se solazaba matando elefantes en compañía de su última novia, a la sazón también compañera de aventuras mercantiles. Además de marcar el principio del fin de la salud del Rey, 76 años, el accidente marcó en lo más profundo el final del régimen de la Transición. Hasta aquí llegó la marea. Aquel 14 de abril de 2012, mientras un par de agentes del CNI ponían a la princesa Corinna y a su hijo de patitas en Barajas, los españoles se despertaron ante la realidad de un país con 6 millones de parados, con todas las instituciones, empezando por la propia Corona, afectadas por la carcoma de la corrupción y con un problema territorial gravísimo, cuya manifestación máxima es el envite secesionista catalán, o el empeño de una elite regional decidida, en el momento de mayor debilidad de España, a romper la baraja para tener Estadito propio. Una crisis económica muy profunda, pero, por encima de todo, una crisis política de grandes proporciones, a la que no se adivina solución con los liderazgos actuales.
La abdicación tiene su exacta metáfora en el aliviadero que se abre en esa presa a punto de reventar que es España
La brecha que en una democracia de baja calidad como la nuestra siempre ha separado al pueblo llano de sus elites políticas y financieras sostenedoras del régimen se ha transformado, tras siete años de sufrimiento colectivo, en un auténtico foso, un abismo que el pasado 25 de mayo se materializó en el derrumbe del bipartidismo y en el surgimiento de partidos nuevos que reclaman un saneamiento integral de las instituciones. La consecuencia inmediata fue el anuncio de dimisión de Rubalcaba, el líder al que los poderes constituidos pretendían mantener entre algodones hasta ver cómo hincarle el diente al drama colectivo. Si hoy hubiera elecciones generales, una hipotética alianza entre Podemos, IU y Equo superaría en voto al PSOE, para convertirse en el segunda fuerza política más votada. Esta es la revolución del momento. La realidad es que la viga maestra, el muro de carga llamado a soportar la nueva etapa histórica que se abre con la entronización de Felipe VI está formado por dos partidos afectados por arterioesclerosis múltiple, caso de PP y PSOE, una circunstancia que habla a las claras del complicado horizonte político al que se enfrentan los españoles.
Juan Carlos I quema el penúltimo cartucho
Y en esto llegó la abdicación. Desde aquí hemos defendido con reiteración la idea del relevo en el trono como una condición sine qua non para abordar un cambio de rumbo que permita encarar los problemas del país. El Monarca finalmente ha cedido, y tal vez la historia llegue a agradecerle un gesto que ha venido a desmentir a quienes, en el propio establishment, juraban por sus muertos que del trono solo lo sacarían con los pies por delante. La abdicación tiene su exacta metáfora en el aliviadero que se abre en esa presa a punto de reventar que es la España de hoy. El muro de contención es muy tenue, y el agua del resquemor que almacena es mucha. Don Juan Carlos se lo ha jugado todo a una carta, ha quemado el penúltimo cartucho. Felipe VI es, en efecto, el último dique de contención de la Monarquía. El desprestigio de la institución es tan grande como esa coronación de tapadillo, casi clandestina, con que la casta política ha decidido obsequiar al nuevo Rey. Una operación, en suma, muy arriesgada, que va a toparse con el inmovilismo exasperante de un tipo como Mariano Rajoy en Moncloa.
Entre el sentimiento monárquico de quienes defienden la continuidad de la institución y el republicanismo creciente de los que reclaman un referéndum como paso obligado para la recuperación por el pueblo español de su plena soberanía, existe la opción, defendible como tantas otras, de quienes, desde un sentimiento genuinamente republicano, valoran la estabilidad como un bien supremo a preservar en momento tan crítico como el actual, un melón que sería locura abrir ahora, con el país reclamando a gritos un periodo de 5 a 10 años de tranquilidad para abordar la cirugía que el enfermo está pidiendo a gritos y que, en consecuencia, dejan a futuras generaciones de españoles la tarea de despejar la incógnita Monarquía-República. ¿Borbón y cuenta nueva, entonces? Ni hablar. Aterriza Felipe VI en el trono con la obligación de abanderar, primero, el saneamiento de la institución monárquica, restaurar el honor perdido de la Corona, manteniendo a raya a ese capitalismo castizo y de amiguetes que de inmediato intentarán captarle para conducirle por el camino de perdición por el que tan alegre y francamente caminó su padre, y, después, la regeneración integral del sistema, regeneración que pasa por dar paso a una reforma en profundidad de la Constitución del 78.
El futuro rey se la juega en este envite. No va a disponer de mucho tiempo. El problema catalán está llamando a la puerta de un otoño muy azaroso, que reclama soluciones inmediatas, soluciones pactadas si es posible, capaces de alumbrar un futuro en común entre españoles, incluidos esos millones de catalanes que no forman parte de la casta nacionalista. En contra de algunas opiniones de botafumeiro que sostienen que “la monarquía tiene un panorama despejado”, la realidad es que ese panorama no puede ser más incierto. Talento, determinación y unas gotas de patriotismo. Y una esperanza como punto de partida: lo que viene es mejor que lo que se va. Felipe es mejor que Juan Carlos, y además llega aprendido, con una mujer al lado que nada tiene que ver con la patética Sofía de Grecia. “¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina a los 14 años, sin ningún freno a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo…? Póngase en mi caso”, se preguntaba la reina castiza doña Isabel II en su exilio del parisino palacio Basilewsky ante el gran Pérez Galdós. Tome nota el joven Rey.
Nací hace bastantes años en un pueblo mínimo de Palencia, a medio camino entre Frómista y Carrión. Allí fui feliz a rabiar por los senderos de mi infancia y primera juventud. Luego la vida me llevó por derrotas insospechadas, cruzando mares y vadeando puertos, hasta recalar en la ensenada del periodismo madrileño, en alguno de cuyos garitos -El Mundo, El País, ABC- he tocado el piano. Me he cruzado con muy buena gente y con algún que otro hijo de puta. He cumplido mis sueños; he sido razonablemente feliz. Ahora aspiro a seguir contando historias desde el puente de algún barco perdido en el océano, mientras con mi sextante trato de tomar la altura de Sirius sobre la línea del horizonte, en ese leve instante en que se despide la noche y se anuncia un nuevo día. Naturalmente no sin antes haber dejado Vozpópuli navegando "full ahead".
Joseph-Marie, conde de Maistre (Chambéry, 1 de abril de 1753 - Turín, 26 de febrero de 1821), teórico político y filósofo saboyano, máximo representante del ..
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Nota : pongo estos tres refranes para que el lector tenga cuidado con lo que lee. Es muy facil manipular a la gente, todo el cuidado es poco. Hay que CUESTIONARSE lo que se lee, CONTRASTARLO y luego CADA UNO DEBE LLEGAR A SUS PROPIAS CONCLUSIONES.
** Soy un EMPRESARIO JUBILADO que me limito al ARCHIVO de lo que me voy encontrando "EN LA NUBE" y me parece interesante. **
** Lo intento hacer de una forma ordenada/organizada mediante los blogs gratuitos de Blogger. **
** Utilizo el sistema COPIAR/PEGAR, luego lo archivo. ( Solo lo INTERESANTE, según mi criterio). **
** Tengo una serie de familiares/ amigos/ conocidos (yo le llamo "LA PEÑA") que me animan a que se los archive para leerlo ellos después. **
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** Cuando incorporo MI OPINIÓN, la identifico CLARAMENTE, con la única pretensión de DIFERENCIARLA del articulo original. **
** Pido perdon por MIS limitaciones literarias. El hacerlo mejor (no mucho) me cuesta dedicarle MAS TIEMPO, y la verdad es que (ademas de no tener tiempo) tengo poca paciencia, por ello, y nuevamente, pido disculpas por las susodichas limitaciones. **
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** Por favor! Si te ha molestado el que yo haya publicado algún artículo o fotografía tuya, ponte en contacto conmigo (vredondof - arroba - gmail.com ) para solucionarlo o retirarlo. **
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-- Publicado por Blogger para Q..V el 6/09/2014 06:18:00 a. m.