«Quiero que me estudies qué hay que hacer y cómo se hace en el supuesto en que decida irme». Con este encargo del rey al jefe de su Casa, Rafael Spottorno, empezó el último capítulo de una historia que había comenzado mucho tiempo antes y que se había ido haciendo sitio durante meses en el ánimo de Juan Carlos I.
«El rey ha manejado muchas veces antes de ahora la posibilidad de abdicar», dice una persona que conoce bien al monarca y que mantiene con él una relación que va más allá de la obligada por su cargo institucional.
«Esto ha sido como los ojos del Guadiana, pero él ha estado considerando la posibilidad de abdicar la Corona desde antes de cumplir los 75 años. En todo este tiempo, ha tenido momentos de decir "me debo ir", pero luego se le subía un poco el ánimo y dejaba de pensarlo». «Ya el año pasado tonteó un tiempo con el asunto», confirma uno de sus más cercanos colaboradores.
Ese tiempo coincide con los últimos episodios de operación de caderas y todas sus complicaciones sobrevenidas, que le han causado un gran sufrimiento físico. «Antes de la última operación de cadera verdaderamente sufrió mucho». Y por eso la idea de abdicar toma cuerpo definitivamente en el otoño, cuando convalece de las operaciones y tiene que hacer unas rehabilitaciones durísimas.
Situación crítica
Sucede que en esos momentos la situación por la que atraviesa España es muy difícil, llega a ser crítica y no aconseja de ninguna manera abrir en la cúpula del Estado una etapa de incertidumbre que se añadiera a las incertidumbres que ya se cernían sobre el país. «Entonces está ya en auge el problema catalán y la crisis económica no ha mostrado todavía signos de recuperación». El rey se ve forzado, además, a considerar su retirada cuando ve como otros monarcas europeos le pasan el testigo a sus herederos. «Lo que pasa es que él siempre dijo: 'Cuando me vaya tiene que ser estando bien, estando arriba'».
Por eso, desde primeros de enero se empieza a hablar en serio del asunto. Pero, aunque sorprenda a casi todos, el desastre en que se convirtió su discurso durante la Pascua Militar[6 de enero] no influyó en su ánimo para tomar una de las decisiones más trascendentales de su vida. La razón es que su titubeante lectura del discurso no se debió a su pésimo estado de salud física y mental, como pensaron todos los españoles, sino a otras razones que sus próximos se niegan a desvelar pero que probablemente tuvo que ver con un exceso de medicación, o con la ingesta de un fármaco inadecuado que produjo en él los efectos que se vieron.
«Tampoco el caso Nóos ha influido en su decisión, no le ha empujado. Él ha aguantado el tirón hasta ahora y hubiera aguantado después lo que hubiera de venir, aunque es muy consciente del daño que ese asunto ha hecho al prestigio de la monarquía», dice alguien que le conoce bien.
«Desde primeros de enero se viene hablando en serio del asunto, pero ésta no ha sido una decisión rumiada en solitario y comunicada después» a Rafael Spottorno. En absoluto. En ese difícil y dramático proceso de decisión el rey ha consultado con un puñado de personas cercanas a las que ha preguntado y con las que ha abordado el asunto con la seguridad de que ninguno de ellos traicionaría su confianza, como así ha sido.
«Él ve, sobre todo, que su hijo está en el mejor momento y no quiere verlo como Carlos de Inglaterra, que en noviembre cumple nada menos que 66 años».
Esta apreciación es confirmada por otra persona cercana a don Juan Carlos: «El rey no se chupa el dedo, no se lo ha chupado nunca, y él sabe que la credibilidad de esta Casa está muy dañada». Por eso el rey dice a su interlocutor: «La Corona está baqueteada, la política está en sus horas más bajas, y, sin embargo, el príncipe está aquí -y levantaba las manos hacia arriba- Esto hay que hacerlo ya. Créeme, dijo, ha llegado el momento de dar un impulso, porque lo que hagamos nosotros va a contribuir a la renovación de España en muchos aspectos. Si se renueva la cúpula, se renovarán otras cosas después. Si nosotros damos un escopetazo... ayudaremos al país. Lo difícil es encontrar el momento porque, si se te pasa el arroz, no habrá servido para nada».
Efectivamente, que la Corona está «baqueteada», como dice el rey, y que el príncipe se salva totalmente de la quema, lo confirman los sondeos de opinión que se publican por entonces. El 5 de enero de este año 2014, justamente la víspera de la para el rey desdichada jornada de la Pascua Militar, EL MUNDO recoge los datos de una encuesta que dice que, por primera vez en democracia, no llega al 50% el porcentaje que respalda la monarquía como forma de Estado para España. Es más, el 56% de los encuestados tiene una opinión regular, mala o muy mala del reinado de don Juan Carlos. Dos años antes, el porcentaje de quienes opinaban lo mismo era del 17% y antes de 2012 era aún menor. Por si eso fuera poco, el 65% declara tener mala opinión de la infanta Cristina, y nada menos que el 90% cree que la Justicia no la trata igual que a cualquier español. Sin embargo, el 66,4% declara tener una opinión buena o muy buena del príncipe Felipe y el 57% cree que él podrá recuperar el prestigio dañado de la Corona.
Riesgo de filtraciones
Las reflexiones del monarca son de mediados de enero, cuando Rafael Spottorno ya se ha puesto a trabajar en solitario para averiguar cómo se gestiona la abdicación de un rey. Pero sólo puede consultar textos, no puede hablar con ningún constitucionalista, con ningún historiador, porque el asunto es de tal trascendencia que no puede correr el riesgo de que se produzca la menor filtración de la noticia.
No ha habido en España tantas abdicaciones de un rey en el ejercicio de su cargo, lo cual le complicaba las cosas a Spottorno. Isabel II abdicó en su hijo Alfonso XII desde su exilio de París, cuando ya no reinaba. Alfonso XIII tampoco reinaba cuando transmitió los derechos dinásticos a don Juan de Borbón. Amadeo de Saboya, más que abdicar, realmente salió huyendo de aquella España feroz que le fue tan hostil. En definitiva, que la última abdicación fue la de Felipe V, que abdicó en 1724 en su hijo Luis I, pero éste murió de viruela a los seis meses de ocupar el trono y su padre volvió a ser el rey.
Había, pues, que partir de cero. Spottorno elaboró un documento que analizaba los aspectos legales pero también los aspectos prácticos como el estatuto que podría tener don Juan Carlos una vez consumada su abdicación, dónde viviría y el sustento que podría recibir. Porque, por ejemplo, el rey no tiene derecho a la sanidad pública porque nunca ha cotizado a la Seguridad Social.
Así que, ateniéndose en lo fundamental a lo regulado para los presidentes del Gobierno, y habiendo consultado los textos de distintos constitucionalistas -con criterios muy dispares sobre la materia-, el jefe de la Casa entrega al rey el resultado de su trabajo. Estamos ya en el mes de febrero.
Don Juan Carlos lo habla con el príncipe y después encarga a Spottorno que consulte a los anteriores jefes de la Casa del Rey: Alberto Aza y Fernando Almansa. Lo vieron, lo «refinaron» entre todos, le fue enseñado de nuevo al monarca y ahí fue cuando él dijo:
-Bien, lo voy a hacer.
-¿Este año? -preguntó Spottorno.
-Sí, no quiero que mi hijo se marchite esperando como Carlos de Inglaterra. Hay que dejar paso. Yo he cumplido mi misión. Intenté que éste fuera una país libre y democrático y eso se ha conseguido. Ahora el testigo lo tiene que recoger quien está en su mejor momento.
Por delante estaban las elecciones europeas, el problema de Cataluña, las primarias del PSOE que podían poner en entredicho el liderazgo de Rubalcaba, y eso ya constituía una incertidumbre que no convenía a la operación que estaba en marcha.
«Era necesario que los dos grandes partidos estuvieran de acuerdo en esto. No se entendería ni habría sido de recibo que la abdicación se hiciera con los únicos votos del PP. Era imprescindible estar seguros de que la mayoría del Parlamento está de acuerdo».
'Hagámoslo en junio'
Por entonces, recordémoslo, las europeas no se habían celebrado y Rubalcaba por lo tanto no había anunciado su retirada, pero ya las primarias como horizonte inquietaban al rey y a sus colaboradores. Pero es que después del verano venía el 9 de noviembre en Cataluña, con todo lo que eso va a suponer. Y después las elecciones municipales y autonómicas. Y después las generales.
-Hagámoslo en junio -dijo el rey.
Cuando don Juan Carlos habla con el príncipe de que estaba decidido a abdicar ya, el príncipe dijo «a la orden». Pero don Felipe nunca le ha dicho al rey que debería abdicar.
-¿Vuestra Majestad lo tiene claro? -le pregunta Spottorno.
-¿Tiene claro que lo quiere anunciar en junio?
-Pues entonces dígaselo ya al presidente del Gobierno.
-¿Y qué va a decir el presidente? -dijo sorprendentemente el rey.
-El presidente no puede decirle que no lo haga. Lo que sí puede hacer es poner pegas a la fecha.
El día del funeral en memoria de Adolfo Suárez, el rey tenía despacho con Mariano Rajoy. Ese día se lo dijo. El presidente no puso ninguna pega pero sí pidió: «Explíqueme por qué quiere hacerlo en junio».
Don Juan Carlos se lo explicó y Rajoy designó a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría para que trabajara con la Casa en la reparación de la abdicación, y eso fue todo.
Dos o tres días después, el 2 o el 3 de abril, el rey habló con Rubalcaba «que se comportó como el patriota que es».
Rubalcaba preguntó: «¿Cómo se va a hacer?». Se le explicó que esto no se podía hacer contando sólo con el apoyo del partido en el Gobierno por mucha mayoría absoluta que tuviera, y que era imprescindible el voto favorable del principal partido de la oposición. Y Rubalcaba dijo entonces lo que ha repetido estos días en público con motivo de las peticiones de algunos socialistas de celebrar un referéndum sobre monarquía o república: «El PSOE firmó en su día el pacto constitucional que establece que España es una monarquía parlamentaria y nosotros mantendremos ahora el pacto en los mismos términos».
«Con Rubalcaba el rey mantiene unas excelentes relaciones que van más allá de las puramente institucionales. Son relaciones de afecto verdadero», dice uno de los próximos a don Juan Carlos.
Llegaron las europeas con los resultados que se conocen y en La Zarzuela se evalúan los datos. Y, desde luego, se evalúa el anuncio de Rubalcaba de renunciar a la secretaría general del PSOE y convocar un congreso extraordinario. «Claro que la decisión de Rubalcaba influyó, pero únicamente para decidir la fecha del anuncio».
La ventana de opciones se estrechaba notablemente. Se habían barajado tres alternativas para hacer el anuncio: la semana del 26 de mayo, la del 2 de junio o la del 9. «La primera era un poco precipitada. Y la última era arriesgada porque no se quería forzar el calendario del Congreso y del Senado. Además, el día 2 era el único día en que coincidían en Madrid la reina y el Príncipe de Asturias, además de la princesa. El príncipe llegaba ese lunes a las siete de la mañana. Pero la reina, que llegaba el domingo de Copenhague, se marchaba el martes a Nueva York. Realmente disponíamos de siete horas».
Y así se hizo.
Ahora quedan las decisivas cuestiones derivadas del hecho principal: la aprobación por las Cortes Generales de la abdicación del rey, la jura y solemne proclamación de Felipe VI como nuevo rey de España y, además, todo lo derivado de la nueva situación de don Juan Carlos.
Don Felipe decidirá
Y esa no es una cuestión menor. El tratamiento que va a recibir -«espero que no hagamos como en Holanda, donde a la reina Beatriz la llaman ahora princesa»-; el aforamiento del rey cuando deje de serlo, algo que está pendiente de resolverse, o por una ley especial o por su inclusión en la Ley Orgánica del Poder Judicial, que está en fase de tramitación en el Congreso y cuya aprobación tardará aún unos meses; el sustento que va a tener, que es algo que decidirá Felipe VI.
Pero hay algo que al rey le importará mucho más cuanto más tiempo pase sin la Corona: ¿Qué va a hacer con su vida? Don Juan Carlos lleva casi 39 años siendo el jefe del Estado y muchos años más preparándose para serlo. Ahora se queda sin cometido preciso y, lo que agrava aún más el vacío que le amenaza, en la más absoluta soledad.
«El rey está muy solo, él se ha quejado de hecho de su soledad. Es un hombre que en estos momentos despide a la audiencia de los viernes y tiene todo el fin de semana en que está en la soledad más absoluta. Los puentes se le hacen larguísimos. Son muchísimos los días en que come solo en La Zarzuela».
Esta realidad de don Juan Carlos es el resultado de su trayectoria personal durante años, en los que ha tenido numerosas relaciones sentimentales fuera del matrimonio. La última con Corinna Larsson, «esa mujer diabólica» con la que viajó a Botsuana, no a cazar elefantes sino a pasar unos días con ella. Corinna Larsson «desapareció de aquí en abril de 2013 y no ha vuelto a aparecer».
El resultado final de tantas infidelidades es que «con la reina no tiene ninguna relación, salvo la que se ve en los actos institucionales. De todos modos, ella pone más que él en lo poco que se relacionan. Yo creo que ella lo quiere todavía», dice alguien muy cercano a los aspectos más personales del rey.
Ve poco a sus nietas
«Con el príncipe tiene una relación no mala, pero más bien fría. El príncipe se relaciona con su padre muy correctamente, pero desde una cierta distancia». No es de extrañar porque don Felipe tiene una extraordinaria relación con su madre, y es natural que acuse los malos momentos por los que ha pasado la reina a causa de los amores del rey. «Aunque ahora las cosas están mejor y están más unidos», precisa esta fuente. «Pero viviendo tan cerca, los Príncipes de Asturias podrían ser más próximos. Pero no lo son, ve muy poco a sus nietas. También es cierto que el rey nunca ha sido muy cordial con la princesa Letizia. No le gusta». Y eso también tiene necesariamente sus consecuencias.
«Con Cristina, que tenía una relación magnífica, ahora no tiene ninguna. Porque, además, Cristina no acaba de entender cuál es su verdadera situación y sigue pensando que lo que le está pasando es injusto. "¡Me habéis condenado de antemano!", les dice. Al final, tiene una buena relación con Elena. Y punto».
Y para mayor soledad en este momento decisivo de su vida, hay que decir que el rey no tiene ahora ninguna novia. La última relación conocida fue con Corinna, pero eso terminó hace más de un año. Por eso decimos que está solo. «Pero está bien. No está triste, está convencido de que ha hecho lo correcto. Ahora bien, tiene la incertidumbre sobre su vida futura. Cree que esa vida va a cambiar mucho, y yo creo que no va a cambiar tanto si Felipe VI comprende que su padre es un activo extraordinario para los intereses de España».
Al final, asomado al cantil de su futuro, aparece un hombre solo cuya vida depende, por su propia decisión, de lo que sobre él decida su hijo, el rey de España.